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miércoles, 20 de julio de 2011

Las bellas portadas

   Las portadas de los libros son casi tan importantes como sus títulos. Hago énfasis en el casi, porque por muchos años que pasen siempre recordaremos El viejo y el mar, Don Segundo Sombra o Sartoris (han sido los primeros títulos que me han venido a la cabeza), sea cual sea la portada de una y sucesivas ediciones. Pero esta evidencia no le resta un ápice de importancia a las portadas; si no la tuviera, todas serían iguales. Imaginen qué tristeza de librería, exponiendo libros con portadas negras y letras blancas (o al revés, en cuyo casi serían además mas sucias, que el blanco es tan poco socorrido para las portadas, como para la ropa de los críos); un mundo monocromático, ¡puaj!, un horror. Afortunadamente no es así.
   La elección de las portadas de los libros me parece un arte en sí mismo. Y no me extraña que haya personas a quienes una portada le llame tanto la atención como para coger el libro y, atraído por una fuerza invisible y desconocida, querer comprarlo. A mí me pasó con estas:


    ¿Ven lo que les decía? Las portadas son como los determinantes que en la oración acompañan al sustantivo para concretarlo y limitar su significado. Es más: sin ellas, los libros perderían parte de su magia.
   Ahora le doy vueltas a la hipotética relación entre buena literatura y portadas bellas. ¿Por qué las portadas de los libros de Alice Munro (autora de once colecciones de cuentos y dos novelas, candidata a Premio Nobel y calificada como "la Chéjov canadiense") son tan artísticas y delicadas? En fin, en estas ando, mientras observo la portada de su próxima novela, La vida de las mujeres, que Lumen sacará a la venta a partir del 6 de octubre, y cuya portada ¡oh, casualidad! es así de bonita:




Rosa María García


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