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sábado, 2 de abril de 2011

LEER DE OÍDO


   El otro día reflexionando sobre las nuevas amistades "facebookianas" conquistadas este año sopesé lo arriesgado que sería conocer a la antígua usanza-a ser posible con una cervecita y unas bravas de por medio- sus perfiles en 3D, corpóreos, como visten y calzan. La idea que tengo sobre ellas se vería alterada para bien o para mal por su interacción en directo, por su desenvoltura en el mundo real: si hablarían sin mirarte a los ojos o arrugarían la frente antes de mentir, si se taparían la boca con la mano antes de toser, si llevarían los zapatos limpios o el peinado descuidado. Dicho de otra manera mostrarían cruelmente su total humanidad en tiempo real. Y si ante una descuido, una impertinencia o una equivocación se vieran obligados a responder con el silencio hablaría por ellos un sonrojo, un enarcamiento de cejas, un mohín, una risa nerviosa, un cierre de puños fugaz. De repente caí en una característica obvia además de vital: ESCUCHARÍA SUS VOCES.

   Fue entonces cuando irremediablemente asocié a mis amigos virtuales conocidos únicamente vía facebook con los personajes de mis lecturas. Los personajes literarios superan en un pequeño detalle a los primeros: a veces se les pueden leer los pensamientos como un libro abierto, nunca mejor dicho. Aún así ambos son entes que están hechos de letras impresas. Ambos son inaudibles, insonoros. Pero no por ello menos reales.
  
   Voces hay como los colores. O más: rotas, académicas, testimoniales; aflautadas, cavernosas, sinceras, afectadas; de tenor, de camionero, de falsete, de telepredicador; nasales, gastadas, guturales, coléricas.

   Uno de los muchos factores poderosos que tiene el sano hábito de la lectura se registra en esta característica: La voz. Madame Bovary o Kurt Wallander, por poner dos ejemplos, son únicos e intransferibles en el cerebro de cada lector. Es lo que tiene escuchar con los ojos. Convierte nuestra experiencia lectora en algo personal, exclusivo. Yo tengo una Ana Karenina, un Jean Valjean o un Aureliano Buendía que no tienes tú. Ni tú, ni tú.

   Así la famosa frase que el bueno de Melville puso en los labios del frío Bartleby, "Preferiría no hacerlo" o la no menos conocida de Larra "Vuelva usted mañana", al margen de la ambigüedad que contienen sus significados tan propia del lenguaje funcionario- mitad mandato, mitad consejo, mitad excusa- y del valor que adquieren según las condiciones en las que van repitiéndose conforme avanzan sendos relatos se enriquecen del todo describiéndonos los intrincados matices sonoros que dibujan dichas palabras y cómo el lector los capta. No olvidemos que en la lectura, como en todo medio de expresión tiene tanta responsabilidad el emisor como el receptor.

   La gama de combinaciones, gradaciones y variaciones posibles del espectro sonoro es infinita. O casi. Bien por su volúmen: alto (grito, chillido, alarido), medio (engolada, impostada, atiplada) y baja (susurrante, bisbiseante, adormecida, sibilante); bien por su desarrollo: in crescendo (arenga, ánimo, aliento, vítor) o in decrescendo (súplica, lamento, hálito, petición)

   A partir de ahora procuraré leer más de oído. Comprobaré que los objetos nos llaman. Escucharé hablar no sólo a las personas. Afinando más mi oído literario atenderé al rumor entre olas, intentaré desvelar el mensaje oculto del murmullo de las copas de los árboles y descubrir lo que se esconde tras el susurro de las pisadas en la nieve.

Javier G. Rey

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