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jueves, 24 de marzo de 2011

Leer con un lápiz en la mano

Hacía años que no me daba permiso a mí misma para leer un libro con un lápiz en la mano. Perdonen la redundancia, pero quería dejar claro que nadie me obliga ni nadie me prohibe hacerlo, aunque de antemano sé que son mayoría quienes cuidan los libros y consideran un sacrilegio anotar en su interior algo más que una firma o el año en que se compró o regaló.

El caso es que he encontrado la excusa perfecta (analizar por los cuatro costados un libro para el recién inagurado Club de Lectura de La Tramontana) para quitarme a manotazos cualquier mínima culpa que tuviera; y así dedicarme con deleite a algo que hacía en mis años universitarios:  guarrear un libro. Así:


Había olvidado el placer de subrayar las frases que quiero releer, rodear con un círculo las palabras nuevas, anotar al margen los datos biográficos de los personajes, emoticonos sonrientes cuando algo me hace gracia, dobles exclamaciones ante algo que me parece fuerte... Sí, había olvidado el valor terapéutico de escribir al margen personajes de otras novelas que me vienen a la memoria mientras leo un pasaje, preguntas éticas, morales, ante ciertos hechos que el escritor plasma y que me gustará comentar posteriormente con quien lea el mismo libro, referencias a páginas anteriores donde algo ha llamado mi atención; incluso, fluorescente, si se tercia, como me tope con alguna errata. Es fantástico.

Pero hay alguien que disfruta más todavía que yo: el que viene detrás (mi costilla, en este caso), que devora los libros que ve que yo he guarreado. Aún tenemos en casa dos ejemplares de La Regenta: uno inmaculado, porque no se ha abierto, y otro de "mírame y no me toques", que leí en mi primer año de Periodismo (ya ha llovido, ya) y releído por él siguiendo mis anotaciones. En fin, cada loco con su tema.


Rosa María García.


miércoles, 2 de marzo de 2011

ÉRASE UNA VEZ...

ÉRASE UNA VEZ...

   La primera frase es el llanto liberador del recién nacido y a veces el sello de identidad de la obra que estás por descubrir.

   Una buena historia tiene que tener una frase inicial impactante; que te seduzca, que te agarre de las solapas, te zarandee y te secuestre a su mundo. Hay principios que empiezan por el final, otros te sellan los labios o te dejan dibujando oes en el aire. 

   No deben ser tan rotundos como un titular de periódico pero sí dejarte medio grogui, con esa sensación de estar abriendo la puerta hacia algo desconocido. Un buen comienzo ha de dormirte levemente los sentidos: escuchar como debajo del agua, dejar la lengua en estado de reposo como si fuese un bistec crudito esperando pacientemente en la nevera a ser cocinado, relajar los músculos del cuerpo hasta lograr adoptar la forma del rincón elegido de lectura, esnifar la brisa que nace de peinar con la yema del dedo el filo de las hojas que le siguen y abandonar la vista al mar blanco plagado de bancos de tinta que se divisa más allá en su horizonte.

Javier García