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sábado, 4 de septiembre de 2010

La chica del violonchelo

   Esta mañana dando de alta la novedad del andorrano Albert Villaró he comprobado pasmado cuánto han cambiado la ilustración de la cubierta que tenían preparada en un principio. Han pasado del óleo a la fotografía. Sustituyeron una mano masculina refinada acariciando un laúd por una adolescente actual en pleno éxtasis interpretando una melodía con su violonchelo. Me he imaginado a los publicistas convenciendo a los editores del imán erótico festivo que supone una joven con un mamotreto curvilíneo robusto entre sus piernas mientras ella dócilmente con la diestra sube y baja, baja y sube el arco arrancando graves casi guturales al instrumento.


   Y esta mañana pensé en lo injusto que es nuestro sistema premiando a los que más tienen (Corte Inglés, Abacus y demás franquicias) con más descuentos de compra, regalitos, publicidad y promociones 2x1.  Llegan incluso a favorecerles con el alquiler de “puntos calientes”, ya saben, pactos en los que a cambio de exponer su producto- en este caso son libros aunque los traten como chorizos o destornilladores-, en sitios estratégicos de venta bien estudiados como a la altura de los ojos, cerca de la puerta o sobre el mostrador reciben un montante extra. Algo parecido a los futbolistas que comen por la gorra en los asadores o los famosetes del corazón que beben gratis en las discotecas. Idéntica filosofía: dar más, aún más, al que menos lo necesita y explotar o sacar rentabilidad a los que viven con el sudor de su frente.

   Y seguí martirizándome con mi mente en los centros comerciales de luces blancas de sonrisa profident de vendedor de enciclopedias; pensé en qué mal funciona esta sociedad en la que prima la cantidad por encima del concepto calidez (=calidad) de toda librería “de autor” cocinada a base de servicio al cliente, conocimientos, conversación. Y de aquí encadené con lo que contaba al principio: las portadas. Se lleva lo fácil, lo rápido, lo intuitivo. Claro, a falta de comunicación hay que currárselo con lo que más rápido entre en la cabeza: la imagen. Busca al personal del departamento de libros de un Mega Store y cuando lo encuentres intenta mantener una conversación relajada sobre gustos literarios. Lo máximo que te dirá es “pues aquí en la base de datos no sale” o “si está aquí pone que lo encontrará por el estante de ahí abajo”.

   Lo dicho, cuando a un usuario habitual de almacén de cosas donde se encuentran best-sellers le preguntes qué es en lo primero que se fija de un libro, puede decirte que es en la editorial de confianza, su autor fetiche, la fecha de primera edición o el traductor si lo hubiera. Jamás te dirá la verdad, en el culo y las tetas de la chica del violonchelo.

Javier García

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