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lunes, 27 de septiembre de 2010

Club de Lectura LA TRAMONTANA



Es lo que tienen los días de asueto: que te da por pensar y terminas organizando un club de lectura: el Club de Lectura La Tramontana. ¿Otro?, se preguntarán ustedes (yo hubiera preguntado lo mismo, pese a ser una pregunta retórica). Sí, otro. Hay cosas que no por abundantes, pierden su valía. Como los besos. Como los libros.

“El tiempo para leer, al igual que el tiempo para amar, dilata el tiempo para vivir. ¿Quién tiene tiempo de estar enamorado? Pero ¿se ha visto alguna vez que un enamorado no encuentre tiempo para amar? La lectura es como el amor, una manera de ser. El problema es si me regalo o no la dicha de ser lector”
(Daniel Pennac)

Los Clubes de Lectura me parecen románticos, no de sensibleros y ñoños, sino tal y como surgió el Romanticismo, como potenciadores de la fantasía y el sentimiento. Tan romántico como hacer conservas (los huertos urbanos están motivando de nuevo esta práctica), bordar las iniciales de un nombre en la tela (así se siguen cosiendo las bolsas y batas en la etapa infantil) o pasear por la orilla del mar (se paga dinero por ello para disfrutarlo en vacaciones).

Hay miles de Clubes de Lectura repartidos por el mundo. La fórmula es sencilla, no tiene ningún misterio: un grupo de personas que comparten periódicamente sus impresiones sobre un libro. Claro, ese es el encanto. En tardes de lluvia hemos tenido en la librería charlas jugosísimas con clientes que, sin conocerse, han terminado debatiendo sobre autores recién descubiertos. Porque en torno a un libro, siempre hay alguien dispuesto a charlar sobre él. Y porque pese a la saturación informativa y el estrés diario, siempre hay alguien también dispuesto a buscar y encontrar un hueco para dedicar a un libro. ¿Para qué leer?, le preguntaron a Emili Teixidor. Para vivir más, respondió. No se puede decir más en menos sobre este tema, creo yo.

Así que, allá vamos. Siguiendo con imágenes románticas, desde La Tramontana lanzamos el guante. A ver quién lo recoge.

Rosa María García


viernes, 24 de septiembre de 2010

Leer para desaparecer dentro


   Con la salida a las librerías de los gigantes en ventas siempre sucede lo mismo: aparecen las voces discordantes y feroces despellejando -casi siempre sin conocimiento de causa- el título de la temporada. Y encima se pone de moda entre los profesionales del sector, alguno de ellos incluso libreros. A mí Schopenhauer no me da de comer y Rilke tampoco. Por supuesto que debo tener entre mis volúmenes a estos maestros; pero no olvidemos que ser librero, además de una vocación y un sueño es, y en parte no poco importante, una profesión con la que ganarse la vida. La gente no es tan tonta como nos quieren hacer creer -que se lo digan a Planeta con Ruiz Zafón y su precuela "El Juego del Ángel" (no tardaron ni 6 meses en sacarlo de bolsillo). Me han molestado siempre las etiquetas, eufemismos de prejuicios y atajos del pensamiento que ahorran analizar un hecho o una obra. Las generalidades me agotan por lo que tienen de simple y por el tufillo clasista que desprenden. Para bien o para mal nadie tiene derecho a juzgarte por lo que lees. De los libros siempre se saca algo positivo. Leer es una comunicación entre el escritor y el lector. Cada una de estas dos partes tiene la responsabilidad de entenderse. A nadie más le incumbe esta relación. Porque las lecturas están para eso: para desaparecer dentro. Y lo demás son complejos.  A veces se aprende, otras te entretiene, te estimula o te evade. Y si no, pruebas con otro. Será por títulos y variedad de temas. Por haber hay hasta libros para los que no leen (de cocina, de fotos, de motos, de humor, ilustrados, de arte, cómics). De la misma manera que no en cualquier momento te apetece ver una de Woody Allen o zamparte una mariscada, no tiene uno por qué anteponer a Borges, Kafka o Tolstoi en sus lecturas. No sólo de solomillo de buey a la piedra vive el hombre. Hay días que prefieres una Big Mac con patatas.

   Está claro que existen unos cánones y unas normas básicas de ortografía, unos principios de estilo, arquitecturas del lenguaje y andamios varios. El error consiste en equivocar de qué se está hablando. Hay que priorizar: lo primero, ante todo, sobre todas las cosas y más importante es adquirir el hábito de la lectura.

   Somos lo que leemos. Si no leemos, no somos.


   Javier García

sábado, 18 de septiembre de 2010

Piezas de artesanía

   Acaban de irrumpir sobre la mesa de novedades algunos títulos con un tema en común: la diferencia. Destacan "LA HISTORIA DE EDWARD SAWTELLE", "LA MUJER QUE BUCEÓ DENTRO DEL CORAZÓN DEL MUNDO" y "ALONDRA Y TERMITA". Son relatos que reflejan la lucha por la libertad y el derecho de ser uno mismo: historias contra la incomprensión y la intolerancia; protagonistas infantiles marginados, fuera del sistema, apartados por el miedo a lo desconocido, a ser distinto, a pertenecer a un minúsculo club del que nadie sueña con ser miembro. No se trata de personas exclusivas sino excluídas; no se les considera selectas sino seleccionadas por no actuar como dicta la norma, por huir del patrón establecido. Gente que no utiliza eufemismos, que ve cosas que otros no ven y viceversa. Aparecen a su alrededor muros de indiferencia, cortafuegos ante el peligro de tomar contacto con individuos tan distanciados del humor general, del buen gusto estándar. Como si contagiaran su manera de ser y de vivir y eso fuera, más que malo, detestable, execrable y abyecto.

   La literatura les contradice y suelen salir de sus experiencias obras inolvidables como "DR JEKYLL Y MR HYDE", "LA FAMILIA DE PASCUAL DUARTE", "EL JOROBADO DE NOTRE DAME", "LOS RENGLONES TORCIDOS DE DIOS" y los más actuales "EL CURIOSO INCIDENTE DEL PERRO A MEDIANOCHE", "LA SOLEDAD DE LOS NÚMEROS PRIMOS", "MAL DE PIEDRAS" y "EL INFORME DE BRODECK". Baste recordar personajes entrañables como Jack de "LOS PILARES DE LA TIERRA", Lisbeth de la trilogía "MILLENIUM" o el genial Ignatius J. Really de "LA CONJURA DE LOS NECIOS" para verles como piezas únicas, de artesanía, de coleccionista.

Javier García

viernes, 17 de septiembre de 2010

Residencias para escritores

Me gustaría formar parte de "la mafia de Mont Noir". Eso diría mucho de mí; que soy escritora, para empezar. (Suspiro y me explico)
Leo en el último número de la revista Qué Leer* que existen residencias para escritores en las que, con los gastos pagados e incluso cobrando por la estancia, un escritor se pasa una temporada en una casa aislada, en medio de un paraje idílico, dedicándose a escribir. Sí, sí. Lo han disfrutado ya Antonio Soler, Carlos Ruiz Zafón, José Luis de Juan, Jordi Puntí, Andrés Barba, por citar algunos; y Jesús Ferrero el próximo mes.  
Como imaginarán, no hablamos de cualquier casa; hablamos de la Villa Marguerite Yourcenar, conocida popularmente como Mont Noir por el enclave en el que se encuentra, en el corazón de los montes de Flandes. O Santa Maddalena, en plena Toscana; no me extraña que Jordi Puntí terminara de escribir allí su exitosa Maletas Perdidas.
Tan solo en Francia existe una sesentena de estas residencias. Pero está Villa Waldberta, en Munich, Wiepersdorf Schloss en Berlín, el Dickinson College de Pensilvania, Villa Aurora en Los Ángeles.
Y en España, está...
En España tenemos...
Coño, no tenemos nada de esto en España.
No digo más.


Rosa María García



* Casas de inspiración, Texto de Clara de Cominges. Número 157 revista Qué Leer.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

El queso del cepo

   Siempre me he preguntado si hay algún factor determinante que sobresalga por encima de los otros a la hora de elegir un libro. La respuesta es, como en todo debate sí pero no, ni blanco ni negro, algo de esto y algo de lo otro, depende y según. Si mañana sale el último de García Márquez, de Umberto Eco, de Almudena Grandes, Stephanie Meyer o de Ken Follet lo compramos a ojos cerrados sin importarnos la imagen de la portada, el sello editorial o el formato. Ni tan siquiera nos fijamos en el precio. Con cada novedad de la editorial Atalanta, Impedimenta o Libros del Asteroide no tengo dudas: sé que es buena. A veces no hay discusión si una obra aparece en bolsillo, "es que con el precio del grande me compro tres de bolsillo", en cambio si lo quieren para regalar o darse el gustazo piden el de tapa dura con guardas e ilustraciones en su interior.

   Si es vital para un librero encontrar el truquillo de qué pedir tampoco es moco de pavo el cuánto, pues en el ritmo de vida que llevamos se exige la inmediatez. Lo idóneo es aquí y ahora. No vale mañana cuánto menos la semana que viene. Como decía mi jefa Sonsoles, con una amplia experiencia en botica. "Javier, en el contaje y en el pesaje está el negocio". De unos años para acá, y cada vez más, noto con preocupación que existe un factor que destaca de los otros anteriormente citados: lo que vende mucho es el éxito de ventas. De ahí la importancia de las listas de LOS MÁS VENDIDOS de los culturales de la prensa y de revistas especializadas. Los números de ejemplares y/o ediciones remarcados en las vitolas de las reimpresiones hacen su trabajo. Soy de los incrédulos en el rigor de las encuestas y los índices del Nielsen, empresa auditora que, entre otros, se encarga de facilitar los "shares" de letra impresa. ¿Quién se va a molestar en desdecir o comprobar lo cierto de sus ratios?. No importa, el hecho es que vende pues se tiende a pensar "por algo será". La calidad no es incompatible con la cantidad, pero lo cierto es que es una fórmula poco frecuente. Y es que es tan humano querer apostar a caballo ganador que más de uno cae sin remedio y se come el queso del cepo.

Javier García

martes, 14 de septiembre de 2010

Tenedores, cucharas y libros

Dice Álvaro Sobrino en un artículo en Trama&Textura* que en la mayoría de los hogares hay más libros que tenedores y cucharas. Y como tengo tendencia a quedarme colgada de determinadas imágenes (de ahí que me gusten los cuentos, los microcuentos, esos chispazos que te tiran hacia un cuaderno para anotar lo primero que se te pasa por la cabeza, las servilletas de papel emborronadas de palabras, en fin, ya sabéis), llevo desde anoche dándole vueltas a esto de los tenedores, las cucharas y los libros. Me encanta esa imagen.
Y empiezo a tirar del hilo y fantaseo con la imposibilidad de convivencia de todos en una misma casa; y que por cada libro que entra tiene que salir un tenedor o una cuchara, macho o hembra, lo que más rabia te dé. Ante esa dicotomía, lo tengo claro: yo terminaría comiendo con las manos.

Rosa María García



*Somos lo que leemos, artículo de Álvaro Sobrino en el número 5 de la Revista Trama&Texturas.

sábado, 4 de septiembre de 2010

La chica del violonchelo

   Esta mañana dando de alta la novedad del andorrano Albert Villaró he comprobado pasmado cuánto han cambiado la ilustración de la cubierta que tenían preparada en un principio. Han pasado del óleo a la fotografía. Sustituyeron una mano masculina refinada acariciando un laúd por una adolescente actual en pleno éxtasis interpretando una melodía con su violonchelo. Me he imaginado a los publicistas convenciendo a los editores del imán erótico festivo que supone una joven con un mamotreto curvilíneo robusto entre sus piernas mientras ella dócilmente con la diestra sube y baja, baja y sube el arco arrancando graves casi guturales al instrumento.


   Y esta mañana pensé en lo injusto que es nuestro sistema premiando a los que más tienen (Corte Inglés, Abacus y demás franquicias) con más descuentos de compra, regalitos, publicidad y promociones 2x1.  Llegan incluso a favorecerles con el alquiler de “puntos calientes”, ya saben, pactos en los que a cambio de exponer su producto- en este caso son libros aunque los traten como chorizos o destornilladores-, en sitios estratégicos de venta bien estudiados como a la altura de los ojos, cerca de la puerta o sobre el mostrador reciben un montante extra. Algo parecido a los futbolistas que comen por la gorra en los asadores o los famosetes del corazón que beben gratis en las discotecas. Idéntica filosofía: dar más, aún más, al que menos lo necesita y explotar o sacar rentabilidad a los que viven con el sudor de su frente.

   Y seguí martirizándome con mi mente en los centros comerciales de luces blancas de sonrisa profident de vendedor de enciclopedias; pensé en qué mal funciona esta sociedad en la que prima la cantidad por encima del concepto calidez (=calidad) de toda librería “de autor” cocinada a base de servicio al cliente, conocimientos, conversación. Y de aquí encadené con lo que contaba al principio: las portadas. Se lleva lo fácil, lo rápido, lo intuitivo. Claro, a falta de comunicación hay que currárselo con lo que más rápido entre en la cabeza: la imagen. Busca al personal del departamento de libros de un Mega Store y cuando lo encuentres intenta mantener una conversación relajada sobre gustos literarios. Lo máximo que te dirá es “pues aquí en la base de datos no sale” o “si está aquí pone que lo encontrará por el estante de ahí abajo”.

   Lo dicho, cuando a un usuario habitual de almacén de cosas donde se encuentran best-sellers le preguntes qué es en lo primero que se fija de un libro, puede decirte que es en la editorial de confianza, su autor fetiche, la fecha de primera edición o el traductor si lo hubiera. Jamás te dirá la verdad, en el culo y las tetas de la chica del violonchelo.

Javier García

jueves, 2 de septiembre de 2010

Nadie acabará con los libros

Existe un grupo en la red social Facebook que se llama ¡Por el libro tradicional! ¡Di no al Ebook! (no he buscado el contrario. Me daría rabia encontrar más seguidores que aquel), y en su declaración de intenciones se lee:
Por el olor de los libros, por el tacto de las hojas, por los marcapáginas, por las sobrecubiertas, por las solapas, por pasar las páginas con el dedo, por los que doblan las esquinas de las hojas, por los que subrayan frases con un lapicero, por los libros con errores de imprenta; por el trabajo de editores, impresores y libreros; por las bibliotecas públicas, privadas y personales; y, sobre todo, por los libros que de forma tan bonita y amable decoran nuestras estanterías y lo único que nos piden a cambio es que los hojeemos de vez en cuando.
Muy bien dicho. Y encuentro por casualidad este grupo después de que en la revista Qué-Leer la escritora Elisabeth Kostova (autora de LA HISTORIADORA y en promoción de su última novela EL RAPTO DEL CISNE) afirme que
...la llegada de la generalización de la lectura electrónica únicamente hará que artefactos como bolígrafo, papel y libros impresos, precisamente por haberse convertido en cachivaches históricos, parezcan aún más mágicos a las generaciones venideras.
Me alegra enormentente que, de vez en cuando, podamos leer y escuchar estos planteamientos como contrapunto a la ferocidad de la campaña del libro electrónico (una expresión que me sigue chirriando tanto como si encontrara en un párrafo "verano gélido" o "tórrido invierno")

Las palabras de Kostova me llevan, era irremediable, a Umberto Eco. Y repito como un mantra:

El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez se han inventado, no se puede hacer nada mejor


Y abro NADIE ACABARÁ CON LOS LIBROS y cada una de sus páginas me reconforta. No es que niegue la evolución; es más, me parece interesante y útil la convivencia de ambos formatos. Es que no soporto la mirada perversa de quienes, con mala baba (hay con los que es agradable hablar de este tema. Me refiero a los malos de solemnidad) te preguntan: "Y lo de los libros electrónicos esos, ¿qué? Jodida la cosa, ¿no?"

Pues ya veremos.

RMG