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martes, 31 de agosto de 2010

Y sentí un flechazo con Ramiro Pinilla

A través de LAS CIEGAS HORMIGAS (Tusquets Editores) conocí hace poco a Ramiro Pinilla. Y me enamoré. Fue un flechazo de los grandes. Por eso ahora estoy con la que dicen es su obra capital: la trilogía VERDES VALLES, COLINAS ROJAS (Tusquets Editores). Voy muy lenta en la lectura (además de que este peregrinar del Club de Amigos del Facebook al blog y de éste a la web, no ayuda), porque a Pinilla hay que leerle como se bienenseña a comer a los niños: masticando veinte veces cada bocado. Me habían avisado de la tristeza que rezuma la prosa de Pinilla. Y pensé: "nunca lo será tanto como Phillipe Claudel". Afortunadamente no lo consideré excusa suficiente. Pero es verdad que es triste y muy proustiano en sus descripciones. Por eso hay que dedicarle mucho tiempo.

En ello estoy. Con el primero de los tres libros: LA TIERRA CONVULSA, metida de lleno en el corazón de Getxo, admirada de su realismo mágico (no sólo de García Márquez vive el lector)y del realismo heavy de las minas que devoran hombres y los primeros pasos socialistas por salvarles de esas garras. Tremenda la lucha. Y el amor.

Cada vez que abro el libro, releo como una tonta este pasaje de la página 275:

"Vuelvo junto a Isidora. La beso en la cara, para ver si despierta, pero no. ¿Cómo va a cenar si no despierta? Y si no despierta, mi hijo tampoco cenará, aunque esté despierto.
-Isidora -digo, y la zarandeo.
Nada. Está a medio tapar con la manta. La destapo del todo. El vestido recogido la deja al aire las piernas. Se lo levanto hasta la cintura. Dentro de esa ola redonda y blanca está mi hijo. Pongo los labios sobre la carne. `¿Tienes hambre, hijo?´, digo. `¿Estás despierto?´ Zarandeo otra vez a Isidora. Nada. Cojo una patata de la purrusalda. Está templada. La pongo sobre la carne y la aplasto con cuidado. Mi hijo podrá sorber el puré de patata por los poros del sudor".

Rosa María García

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